No tengáis miedo
artista: Soichi Watanabe
Todos tenemos miedo.
De alguna manera, algún día, en circunstancias determinadas.
Nadie se libra de tenerlo.
Miedo al presente o al futuro, de las cosas que tenemos o de las que nos faltan,
miedos razonables o miedos absurdos.
Cada uno tiene los suyos y los esconde detrás de una fachada de serenidad o de valentía.
Son miedos personales e intransferibles; escondrijos de la personalidad,
rincones oscuros donde se atrincheran las defensas de la vida.
El miedo, a menudo, es positivo. Nos alerta y nos hace cautos.
Nos lleva a analizar los hechos y ver los riesgos:
sopesarlos y sacar las conclusiones pertinentes para nuestra seguridad personal
o la de los que amamos.
Nadie ha de avergonzarse de tener miedo.
Es una reacción saludable ante todo lo que nos afecta.
Pero el miedo jamás nos ha de paralizar,
ni ha de llevarnos a un repliegue que nos impida la acción.
Es por esto que la frase “no tengáis miedo” tiene sentido.
La dijo Jesús a sus discípulos en aquella noche de la tempestad cuando
navegando en una barquichuela estaban a punto de naufragar (Mc 6,45-51).
La dijo en el contexto del “fantasma” que los discípulos creyeron haber visto.
No era un fantasma. Era Jesús.
El miedo, en este caso, había sido un miedo absurdo, sin fundamento,
hacia seres extraños que no existían fuera de su imaginación.
Era el miedo que no se ha de tener.
La vida cristiana no es una vida sin miedos,
porque tampoco es una vida sin peligros.
Pero es una vida confiada.
La religión ha explotado en demasía los miedos de la gente y hemos de reconocer
que también lo han hecho a menudo los cristianos.
El resultado ha sido producir buen número de creyentes miedosos,
llenos de complejos, incapaces de abordar la gran tarea de la salvación de los otros.
Súper protegidos, preocupados por una salvación personal solamente referida al más allá,
han centrado su vida en vencer el miedo a la muerte y a la condenación,
olvidando que, para la salvación de los demás,
los cristianos somos llamados a arriesgar nuestra propia vida.
Quien la quiera salvar, la perderá, según la conocida frase de Jesús (Mc 8,35).
“No tengáis miedo” es, por tanto, un mensaje de Cristo a nuestra generación.
Es sobre todo una invitación a vivir confiadamente.
Nuestro fututo está en las manos de Dios. Punto final. No hablemos más de ello.
Lo que ahora se impone es vencer los miedos tradicionales e implicarnos en la vida del mundo.
Poner en juego cada día nuestra propia vida y dejar de lado tantos fantasmas
que nos hemos creado, sabiendo que quien está con nosotros en este mar tempestuoso
de la vida es Jesús, Señor y Salvador.
Es cierto que hay peligros y hemos de estar atentos para que el mundo no nos engulla.
Pero el peor remedio será siempre encerrarnos en una actitud defensiva,
buscando nuestra seguridad personal,
dejando que el mundo se hunda sin ofrecerle nuestra ayuda y solidaridad.
Se nos exige arriesgar nuestra vida del espíritu, cada día, en todas partes,
en cualquier circunstancia, para la salvación del mundo.
Aquí y ahora. Allá y después.
Enric Capó
Marcos 6:45-51
Jesús camina sobre el agua
45 En seguida Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se adelantaran al otro lado,
a Betsaida, mientras él despedía a la multitud.
46 Cuando se despidió, fue a la montaña para orar.
47 Al anochecer, la barca se hallaba en medio del lago, y Jesús estaba en tierra solo.
48 En la madrugada, vio que los discípulos hacían grandes esfuerzos para remar,
pues tenían el viento en contra. Se acercó a ellos caminando sobre el lago, e iba a pasarlos de largo.
49 Los discípulos, al verlo caminar sobre el agua, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
50 llenos de miedo por lo que veían.
Pero él habló en seguida con ellos y les dijo: «¡Calmaos! Soy yo.
No tengáis miedo.»
51 Subió entonces a la barca con ellos, y el viento se calmó. Estaban sumamente asombrados,
CALMA
Hasta el viento y el mar
se calman al oír tu voz,
las olas dejan de golpear,
se aquieta la tormenta feroz.
Si estás cerca, buen maestro,
la más dura tempestad pasará,
las dudas, ese miedo nuestro,
la angustia cruel, cesarán.
La pequeña barca de la vida,
frágil ante las turbulencias,
débil ante la noche inesperada,
zozobra sin tu presencia.
Despierta, amigo Jesús,
apacigua las aguas bravas,
compártenos de tu luz,
abrázanos con tus palabras
y danos de tu serenidad;
en las horas de oscuridad
que no le falte al alma tu paz.
G.Oberman - Red Crearte