Dios, Señor Mío,
no tengo idea de adónde voy. No veo el camino ante mí.
No puedo saber con certeza dónde terminará.
Tampoco me
conozco realmente,
y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu
voluntad
no significa que en realidad lo esté haciendo.
Creo
que el deseo de agradarte, de hecho te agrada.
Y espero tener ese
deseo en todo lo que hago.
Espero que nunca haré algo apartado
de ese deseo.
Y sé que si hago esto me llevarás por el
camino correcto,
aunque yo no sepa nada al respecto.
Por lo tanto,
confiaré en ti aunque parezca estar perdido a la sombra de la
muerte.
No tendré temor porque estás siempre conmigo,
y
nunca dejarás que enfrente solo mis peligros.
-
Thomas Merton, "Pensamientos en la Soledad"
©
Abbey of Gethsemani
Señor Dios y Padre Nuestro;
Tú no eres un Dios oculto a nuestras vidas,
sino que estás más cerca de nosotros que dos corazones
que se cruzan o dos vidas que se encuentran.
Pues en tu Hijo Jesús te hemos conocido,
y continuamos viviendo tu presencia
en el amor de los hermanos
en nuestra fraternidad.
Hoy nosotros,
como en otro tiempo le ocurrió a la samaritana,
sabemos que sólo puede encontrarse contigo
quien tiene verdadera „hambre y sed de Ti“,
quien desde su propia necesidad
busca en tu vida y tus palabras
el sentido de su vida, de su trabajo y de sus días.
Lo tremendo de nuestro encuentro contigo es que
estamos ya acostumbrados a llamarte Padre,
estamos acostumbrados a considerarnos creyentes,
estamos acostumbrados
a cruzarnos con infinidad de hombres,
y como fruto de nuestra costumbre
no nos encontramos contigo ni en la oración,
ni en la reflexión sobre nuestra propia vida,
ni en la fraternidad y la compañía de los hombres.
Esta es nuestra súplica esperanzada hoy:
danos fe y sensibilidad para comprender
que tu vida y nuestra vida se encuentran en cada momento,
si nosotros queremos;
y ayúdanos a comprender las exigencias
que nacen diariamente de nuestro encuentro contigo.
Que nuestra vida, nuestra fe y nuestro amor a los demás
no sean ya una costumbre.
E. Arnanz