Nací en Santa Cruz de
Tenerife el verano de 1954. En 1960, fui a vivir a Madrid, donde acabé
mis estudios de Medicina en 1977 y conocí a mi esposa, Asun, de la que
sigo muy enamorado. Además ¡saqué una plaza de MIR -Médico Interno
Residente- para hacer la especialidad de Medicina Interna
en un gran
hospital de Madrid!, donde trabajo como médico adjunto.
Aparentemente, todo me iba bien. Había alcanzado mis sueños... pero
entonces un enorme vacío surgió de mi interior. Mirando atrás, veo que
siempre estuvo ahí, tapado por los estudios, por la vida bohemia del
mundo hippy de mi tiempo de universitario, algo de yoga, inquietudes
que buscaban respuestas en los libros... Pero surgió de pronto de una
manera fuerte, desesperada. No le veía sentido a levantarme para hacer
lo mismo cada día ¿Para qué? ¿Eso era todo? ¿Así hasta morir algún día?
En medio de esta situación, que duró meses, un antiguo amigo me llamó.
Me habló de que había encontrado a Dios de una forma personal,
transformando su vida. Me dijo que Jesús, el Jesús de la Biblia, era
"el camino, la verdad y la vida", que no estaba muerto, sino que
resucitó y quería perdonarme y entrar en mi vida de una manera real
para llenarla y cambiarla.
Luché contra esa idea pero decidí leer la Biblia, hasta que me di
cuenta que en el fondo me estaba negando a la posibilidad de que fuese
real. Una noche, a solas en mi coche, comencé a hablar con Dios: "No sé
si existes, pero si eres real sé que te necesito". Comenzaron a caerme
las lágrimas, sentí que Jesús me abrazaba, me perdonaba y me daba una
nueva vida para volver a comenzar.
Y no fue sólo un sentimiento. Han pasado 30 años desde entonces. Sé que
aquel fue el momento más importante de mi vida, que ha marcado un antes
y un después. Los problemas de la vida, que a todos nos llegan, han
seguido, pero desde entonces puedo asegurar que Jesús jamás me ha
dejado en ningún momento: para reconocer mis errores, para perdonar a
quienes me han herido, y sobre todo para mantener la ilusión, la
esperanza y la fe en la vida presente y en la eterna.
Mi esposa tuvo la misma experiencia, y eso nos ha unido de una forma
muy estrecha. Lo más importante es que ya sé por qué y para qué vivo.
Mi vida no está vacía, sino llena de sentido. Sé que tras la muerte,
gracias a Jesús, viviré eternamente en la presencia de Dios, no por mis
méritos sino a pesar de mis errores.
Jesús es el camino, la verdad y la vida, y nadie va al Padre si no es
por El.
Pruébalo, Dios a nadie echa fuera.